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18 de abril de 2024 10:16 pm
¿Un proyecto de transformación colapsado?

¿Un proyecto de transformación colapsado?

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Octavio Campos Ortiz…


A meses de que inicie el menguante del sexenio, el presidente da un golpe de timón y busca endurecer su administración para que no colapse su proyecto de transformación. Llegó a su tercer informe con un desgaste prematuro, a pesar de su popularidad. Hay desesperación en Palacio Nacional porque empieza a perder poder su inquilino, quien a los problemas económicos y de pandemia, suma la falta de control político y mayores reclamos sociales.
Se sentía en caballo de hacienda mientras concentró, durante los primeros años, la gestión gubernamental con un gabinete de adorno. Nada se movió en el país sin la autorización del tlatoani. Asumió los costos de la inseguridad, de la falta de una política sanitaria contra la pandemia, minimizó los efectos de la peor crisis económica desde 1932 e incluso propone un nuevo modelo para medir el desarrollo, el bienestar. Los programas sociales se utilizaron con fines electoreros para mantener su clientela partidista. Supo anular las observaciones o críticas de sus subalternos e incluso atenuó las diferencias entre ellos. La renuncia fue la alternativa para los que no comulgan con el proyecto político. Tuvo a su favor la sumisión de los legisladores y del poder Judicial y confrontó a los organismos autónomos, a los que quiere desaparecer.
Sin embargo, el resultado de los pasados comicios trastocó el proyecto de la 4T y encendió las señales de alarma. No todos fueron leales ni hicieron bien su trabajo, los reclamos sociales rebasaron la estrategia electoral de subsidiar el voto. Se padeció la insubordinación del líder de la manada en el Congreso, quien trabaja por la libre en busca del 2024. Rodaron cabezas y se cobraron facturas. No se perdonó la falta de control político de quien debiera llevar los asuntos internos del país, además de los pleitos con otros miembros del gabinete. Ya no era útil en Bucareli y la mandaron, en términos beisboleros, a evitar que el insurrecto se robe la segunda base o haga más estropicios al boicotear la agenda legislativa del mandatario.
Pero el consejero jurídico presidencial tuvo una victoria pírrica al deshacerse de la ex ministra, ya que el nombramiento del nuevo secretario de Gobernación es la primera señal de que la política interior se manejará bajo la supervisión del propio Ejecutivo mediante un empoderado, pero dócil titular del despacho. Tampoco era necesario el moderno Fouché, el hombre fuerte que desde su oficina construyó el verdadero andamiaje de la 4T, aunque sean solo los cimientos. No verá concluida su obra, si es que se llegara a consolidar.
Difícil será el segundo tramo de esta administración. Habrá que recomponer muchos acuerdos. El presidente siente ahora en carne propia lo que significa ser el solitario de Palacio, pierde poder, por eso busca rodearse de nuevos operadores; pero él mismo provocó su anticipada fase menguante al abrir la carrera sucesoria a medio sexenio, despertó ambiciones, codicias y deslealtades. No irá más en caballo de hacienda con un Congreso dividido, un partido sin estructura que no sabe cómo pasar de movimiento a instituto político, con menos recursos para sostener los programas asistenciales que no garantizan votos y una sociedad cada vez más polarizada y resentida.
El endurecimiento es la única opción para retomar el control político del país. Pierde a su brazo derecho en Palacio -pudieron más las diferencias y la terquedad de no querer escuchar-, pero se prefiere a colaboradores más leales y sumisos que hagan el trabajo sucio sin protestar. El nuevo inquilino del palacio de Cobián no tiene experiencia en la gestión pública, pero sabrá confrontar a gobernadores, ministros o entes políticos que no se alineen al mandato presidencial.
Sin embargo, la línea dura no garantiza la continuidad del proyecto de la 4T, se abrieron muchos frentes y no se ve voluntad política de buscar nuevos consensos.

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