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1 de noviembre de 2024 12:20 pm
Día de muertos, de México para el mundo

Día de muertos, de México para el mundo

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El muerto a la sepultura y el vivo a la travesura.

Los muertos al cajón y los vivos al fiestón.

Sabiduría popular.

Durante la época precolombina el ciclo agrícola, como en toda sociedad agraria, representaba el núcleo de la vida –pues la fertilidad de la milpa garantizaba el sustento- por lo que, para que fuera productivo, a él se ligaron una serie de rituales que tenían como finalidad asegurar una buena cosecha. A ellos pertenecía la festividad del día de muertos, celebración profundamente arraigada en los pueblos de la cuenca de México.

Tras la Conquista, los frailes españoles permitieron la pervivencia de estos ritos que eran adaptados al calendario festivo cristiano con el fin de fortalecer las nuevas creencias. De este modo, las celebraciones españolas que recordaban a los difuntos, el Día de Todos los Santos, fueron combinándose con las americanas dando lugar a conmemoraciones híbridas que sobre todo en México siguen vivas y en proceso de transformación conservando sus peculiaridades de acuerdo a cada pueblo, región o costumbre familiar.

En la actualidad, la festividad que abre el ciclo es la de la Candelaria el día 2 de febrero fecha en la que, según la tradición cristiana, el Niño Jesús fue presentado en el templo después de su nacimiento. En ella se bendicen las semillas y granos que serán cultivados, principalmente el maíz, vinculado desde la introducción del cristianismo con Jesucristo por ser ambos el origen de la vida, de ahí que ese día sea ya costumbre el consumo de atole y tamales.

A esta fiesta le sigue la de la Santa Cruz el 3 de mayo, en la que se pide, sobre todo a San Miguel Arcángel o a San Isidro Labrador (santos relacionados con el trueno y el agua y, según algunos, sucesores de Tláloc) que comience la temporada de lluvias. A ésta sigue la del 15 de agosto, día de la asunción de la Virgen María a los cielos, cuando se celebra la aparición de los primeros elotes y la gente se prepara para la cosecha. La última es la del día de muertos en la que se da gracias a la divinidad y a los antepasados por el éxito de la empresa. Entonces se recoge el alimento y se ofrece a los intermediarios difuntos un banquete con los frutos de la tierra pues desde la época prehispánica, se cree que ellos están capacitados para volver en estas fechas desde ultratumba para acompañar a sus seres queridos y degustar la esencia de los alimentos. De este modo el altar que la gente suele poner en su casa, la iglesia o en el panteón no sólo sirve para recordar a sus parientes muertos sino como una ofrenda de agradecimiento por su intercesión para lograr el buen término de todo el ciclo agrícola. En la ciudad de México son famosas las celebraciones de Zapotitlán y Mízquic, en Tláhuac donde la fiesta multitudinaria se vive en los templos, hogares y cementerios con música, canto y baile. En el exterior son célebres la de Pátzcuaro en Michoacán y la de Oaxaca.

Con tal de complacer y evitar la ira de los difuntos, estos encuentros se les dedican varios días que incluyen no sólo los grandes banquetes dispuestos en las ofrendas sino, también, procesiones y, en algunos casos, hasta sacrificios de toda especie que rememoran los holocaustos comunes en la época prehispánica. En Milpa Alta, incluso, desde hace algunos años se celebra en estas fechas el Concurso Nacional de Globos y Faroles de Papel de China y el Encuentro Internacional de Construcción de Globos de papel en el terreno de Ixocopa, en la comunidad de San Agustín Ohtenco.

Las celebraciones que siguieron teniendo como objetivo recibir, alimentar y convivir con los invitados difuntos, se concentraron fundamentalmente en los días primero y dos de noviembre. Durante el primero, Día de Todos los Santos, se recibe a los niños muertos y el dos, Día de los Fieles Difuntos, se honra a los adultos fallecidos. En varias comunidades las ceremonias inician desde los días previos (en algunos casos desde el 28 de octubre) para recordar a los “abrojos”, personas que murieron violentamente al nacer y a los no bautizados. Las fiestas pueden ser diurnas y/o nocturnas y, como ya se dijo, incluyen procesiones, oraciones, música, ofrendas y banquetes y se realizan en el cementerio, las iglesias y en las casas particulares.

La ofrenda de muertos es quizá el elemento más significativo de las fiestas. Su origen se remonta a la época prehispánica, cuando nuestros antepasados disponían grandes mesas con obsequios para agradar y hacer propicios a sus difuntos. Esta tradición se continuó después pero con una finalidad más festiva o conmemorativa, ya fuera para convivir con los antepasados o simplemente como memoriales efímeros. El altar, por su larga historia y según las variantes regionales y familiares, puede incluir los más diversos objetos pero los que representan a los cuatro elementos primordiales de la naturaleza no deben faltar:

  1. La tierra, representada por sus semillas, especias y frutos que alimentan a las ánimas con su aroma y, en ocasiones, por una cruz de tierra que recuerda al difunto el proverbio: Polvo eres y en polvo te convertirás.
  2. El viento, simbolizado por algo frágil y ligero, generalmente papel picado, artesanía elaborada con papel amate o de china y recortado con figuras de esqueletos o calaveritas.
  3. El agua, colocada en algún recipiente, también representa la entrada al inframundo y sirve para que los difuntos calmen la sed provocada por el largo camino desde ultratumba.
  4. El fuego, que simboliza la fe y la asunción del alma al cielo, sirve para guiar al ánima en su camino. Aunque antiguamente se utilizaba ocote, actualmente se representa con velas, veladoras o cirios. Preferiblemente son cuatro dispuestos en cruz y de color morado en señal de duelo.

Además de todos éstos existen muchos otros ingredientes que pueden ser incluidos en el altar:

– Sal que purifica. En un recipiente o dispuesta en forma de cruz,

– Braceros con copal, infusiones de hiervas o incensarios para guiar el alma del difunto hacia la tierra y purificarla,

– Flor de cempasúchitl, cuyo color recuerda la luz de los rayos solares y cuyos pétalos se riegan desde la puerta hasta el altar para indicar el camino a las ánimas,

– Retratos de las personas recordadas,

– Una pintura o cromo de las ánimas del purgatorios para pedir la salida del alma del difunto si es que éste se encontrara ahí,

– Un arco hecho de carrizo, palmilla o flores, en el último piso del altar, para simbolizar la puerta de entrada al mundo de los muertos. En ocasiones se le cuelgan dulces o fruta,

– Cadenas de papel crepé morado y amarillo simbolizando la dualidad vida-muerte,

– La comida y bebida que agradaban al difunto y cigarros si es que fumaba,

– Algunos de sus objetos personales como ropa, herramientas de trabajo o juguetes,

– Instrumentos musicales de barro para su uso en el más allá,

– Esculturas que representan a los dioses mortuorios,

– Cráneos de diversos materiales como piedra, jade, barro, cristal, yeso, azúcar, chocolate, amaranto…

– Pan de muerto que representa la tumba y los huesos del difunto,

– Calaveras de alfeñique, barro, yeso o cartonería (son muy socorridas las catrinas),

– En ocasiones se coloca la escultura de un perro de raza xoloitzcuintle en representación del dios Xólotl que según la tradición, es quien ayuda al alma a cruzar el río que llega al Mictlán. A veces, también se añaden unos huaraches con el mismo fin.

– Imágenes religiosas como rosarios, crucifijos o iconos sacros.

Los niveles de la ofrenda varían de acuerdo con el simbolismo pero, cuando tienen tres, suelen representar el cielo, la tierra y el inframundo o purgatorio (o bien la santísima trinidad según la tradición cristiana). Por eso en el nivel superior se suele colocar la fotografía del difunto, en el intermedio todas las ofrendas y abajo los braceros y tapetes de flores.

Afortunadamente, durante los últimos años esta tradición se ha ido rescatando sobre todo en las grandes urbes donde desde hacía mucho se había perdido. En el Distrito Federal, por ejemplo, algunos museos, centros culturales y ciertas delegaciones aprovechan las fiestas para organizar diferentes actividades y “adornar” (pues efectivamente ahí las ofrendas son sólo adorno) sus recintos con vistosas ofrendas que, generalmente, acarrean a una gran cantidad de visitantes. Entre los lugares que a ellas recurren durante estas fechas están: el Zócalo Capitalino, el Espacio Escultórico de la UNAM, el Quisco Morisco de Santa María la Rivera, el Jardín Hidalgo en Coyoacán y los museos Dolores Olmedo, de Antropología, de las Intervenciones, del Carmen, Soumaya, de las Culturas Populares, la Casa Estudio Diego Rivera, la Casa del Risco y el Museo Carrillo Gil que este año montó una ofrenda-instalación de Betsabé Romero, en memoria de los migrantes muertos.

A pesar de que, en general, estos altares han sido despojados de su significado original y de su carácter ritual -por lo que han perdido muchos de sus elementos característicos-, se han actualizado para adquirir nuevos sentidos y los elementos más disímbolos y sorprendentes.

Por su riqueza y peculiaridades, desde el 2003 la UNESCO considera el Día de Muertos como obra maestra del patrimonio intangible de la humanidad.

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