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30 de octubre de 2025 9:36 pm
Ganadería Mexicana: Entre la Supervivencia del Pequeño Productor y la Encrucijada de la Gran Industria

Ganadería Mexicana: Entre la Supervivencia del Pequeño Productor y la Encrucijada de la Gran Industria

Por Victor Hugo Celaya Celaya..

La crisis climática, la plaga y la competencia desleal están quebrando el campo. ¿Cómo puede la sanidad y la trazabilidad rearmar el sector?

La ganadería mexicana enfrenta una crisis existencial. Una actividad que por siglos ha sido un pilar de nuestra identidad rural, un motor económico en estados con profunda vocación como Sonora, Chihuahua, Veracruz, Tabasco, Jalisco, Coahuila, Durango, Sinaloa, Chihuahua y Zacatecas, hoy se encuentra fracturada. El sector se debate entre la desesperada supervivencia de los pequeños y medianos productores y la encrucijada estratégica de la gran industria.

Observamos con preocupación un deterioro acelerado en todo el país. Esta situación no es solo una preocupación económica; compromete seriamente la seguridad alimentaria nacional y la capacidad soberana para satisfacer la creciente demanda de alimentos con producto propio. Sin una política integral y visionaria que otorgue certidumbre, el futuro del campo mexicano es incierto. Es imperativo analizar las amenazas, desde la competencia desleal y las plagas hasta la sequía, y trazar el camino urgente para rescatar una de las actividades más nobles y representativas de la producción nacional.

Los Pequeños Productores: Al Límite de la Viabilidad

Se estima que más del 70% de las unidades de producción ganadera en México son de carácter familiar o de pequeños productores. La gran mayoría opera con hatos que rara vez superan las 30 cabezas de ganado. Esta escala les impide lograr economías de escala y, lo que es más crítico, carecen de infraestructura moderna, asistencia técnica y acceso efectivo al crédito. Esta deficiencia estructural limita severamente su capacidad para mejorar la genética, incrementar sus índices de reproducción y generar la producción necesaria para competir eficientemente.

El problema se agrava por el aumento constante de los costos de producción. En regiones áridas del norte como Sonora, Chihuahua y Durango, la presión de las sequías prolongadas es implacable. La reducción de disponibilidad de agua y forraje ha obligado a muchos a vender o liquidar sus hatos, incluyendo vientres de cría, lo que compromete la reserva genética y la capacidad de recuperación futura del sector.

Adicionalmente, el encarecimiento de los granos (maíz amarillo, sorgo y soya) utilizados para el alimento es una carga insostenible. México importa más del 60% del maíz amarillo que consume la industria pecuaria. Las fluctuaciones en los mercados de commodities globales han provocado que, en promedio, el costo de la tonelada de estos insumos se haya incrementado entre un 40% y 50% desde 2021, según estimaciones de los propios organismos de productores, pulverizando los márgenes de rentabilidad de miles de familias.

La Amenaza Sanitaria y la Competencia Desequilibrada

Uno de los golpes más duros que ha recibido el sector es el resurgimiento del gusano barrenador del ganado (Cochliomyia hominivorax). México había logrado erradicar esta plaga hace décadas a través de un programa binacional con Estados Unidos, un logro de sanidad animal de clase mundial. Sin embargo, su reaparición, vinculada a la importación de ganado centroamericano, ha tenido un efecto devastador.

El impacto no se limita a la pérdida de animales. Lo más grave es la degradación del estatus sanitario ante nuestros socios comerciales. Estados Unidos, nuestro principal comprador, impuso restricciones a la importación de ganado vivo de diversas regiones del sur y sureste. Esta medida, aunque necesaria para proteger su propia ganadería, impactó directamente el comercio y el ingreso de pequeños productores que dependen de esa exportación. Recuperar el estatus sanitario requiere una inversión masiva y coordinada en trazabilidad, bioseguridad y erradicación, una tarea que hoy está limitada por la falta de recursos federales.

A esta problemática se le suma una competencia desleal y desequilibrada en el mercado interno. Los engordadores y la industria de la carne nacionales son vulnerables ante importaciones masivas de cortes y productos elaborados provenientes de países como Brasil y Argentina. La entrada de esta carne, que a menudo se produce bajo subsidios o regulaciones menos estrictas, genera una disparidad de precios que el productor nacional, con altos costos internos, simplemente no puede igualar.

Datos de la Secretaría de Economía y USDA muestran que, en los últimos años, el volumen de importación de carne bovina ha crecido significativamente. Este flujo masivo de producto extranjero, a precios de dumping, desplaza a los pequeños productores y afecta a la industria engordadora que históricamente ha sido un orgullo nacional y un ejemplo de calidad.

La Encrucijada de la Industria de Engorda y la Visión Histórica

La industria de engorda, concentrada en estados como Sonora, Chihuahua, Coahuila, Durango y Sinaloa, posee una gran capacidad instalada y reconocimiento internacional, ejemplificada por las plantas TIF (Tipo Inspección Federal) certificadas para exportación. Sin embargo, esta industria padece una profunda dependencia de insumos importados.

La estructura de costos del sector está atada al mercado global de granos, lo que expone a los productores a las fluctuaciones cambiarias. Aunque un tipo de cambio fuerte (superpeso) puede parecer beneficioso, en realidad no resuelve el problema de la dependencia: los engordadores deben pagar altos precios por el alimento en dólares, mientras compiten en el mercado interno con carne de importación que resulta aún más barata debido a ese mismo tipo de cambio. El resultado es un doble aprieto para los productores nacionales.

Resulta lamentable observar esta situación, recordando que Sonora fue el estado vanguardia y el origen de los primeros programas de engorda y clasificación de carnes en México. En 1969, mi familiar, el licenciado Alfonso Reyna Celaya, promovió, instauró y desarrolló este visionario programa desde la Secretaría de Agricultura y Ganadería del Estado. Este esfuerzo fue pionero en la mejora de la calidad, la exportación a Estados Unidos y la certificación sanitaria y comercial, sentando las bases de lo que hoy es la ganadería exportadora. El contraste entre aquella visión de liderazgo y la actual lucha por la supervivencia es evidente.

Abandono Institucional y Desafío Climático

Las sequías son la manifestación más visible de la crisis climática en el sector. Al ser catalogadas como las más severas en los últimos 30 años, han puesto en riesgo directo la reserva genética nacional. El impacto en las cuencas hidrológicas y la consecuente liquidación de ganado significa que la recuperación del inventario será un proceso lento, costoso y que tomará lustros.

Esta crisis ambiental se ha encontrado con un abandono institucional crítico. Los recortes presupuestales a programas de fomento ganadero y, particularmente, a campañas de sanidad han desmantelado la capacidad de respuesta del Estado. Los programas clave para el desarrollo rural y pecuario han sido eliminados o reducidos drásticamente, dejando a miles de pequeñas unidades productivas sin acceso a capacitación, repoblamiento de hatos y, crucialmente, sin protección frente a enfermedades.

La falta de coordinación y recursos ha debilitado a los Comités de Fomento y Protección Pecuaria estatales, que antes eran baluartes de la sanidad. El modelo comercial vigente, que privilegia la importación masiva sin salvaguardas que protejan a los productores nacionales, evidencia una política miope. En esencia, el país está subsidiando indirectamente el empleo y la producción ganadera extranjera a costa del abandono del campo mexicano.

La Ruta de Rescate: Hacia una Ganadería Sustentable y Estratégica

El futuro del sector exige reconstruir una política ganadera nacional que combine sanidad, sustentabilidad y competitividad. Esto requiere una visión de Estado de largo plazo que articule estratégicamente a los pequeños, medianos y grandes productores.

  1. Recuperar el Blindaje Sanitario y la Trazabilidad Integral: México debe invertir para recuperar inmediatamente el estatus sanitario perdido. Esto implica blindar las fronteras del sur para evitar la reintroducción de plagas, modernizar laboratorios y establecer un sistema de trazabilidad animal digital y vinculante. Este sistema debe seguir al ganado desde el rancho de origen, pasando por la engorda y la planta TIF, hasta el punto de venta, lo que es esencial para acceder a los mercados premium (Europa, Asia) que exigen máxima garantía de origen.
  2. Competencia Leal y Observatorio Comercial: Es indispensable un control comercial firme que garantice cancha pareja. Se debe crear un Observatorio de Competitividad Ganadera que no solo monitoree precios, sino que también investigue y transparente los subsidios ocultos en los países de origen de la importación. La Secretaría de Economía debe estar facultada para aplicar cláusulas de salvaguarda de forma ágil cuando la importación masiva cause daño o amenaza de daño grave a la producción nacional.
  3. Financiamiento Estratégico y Reactivación Productiva: Se requiere la reactivación inmediata de la capacidad productiva del pequeño y mediano productor con financiamiento especializado. Esto implica la capitalización y operación de un Fondo Nacional de Fomento Ganadero que ofrezca crédito de avío (corto plazo) y crédito refaccionario (largo plazo) con tasas preferenciales para la mejora genética, la infraestructura hídrica y la adquisición de forraje. La creación de seguros ganaderos y bancos comunitarios de forraje y agua es fundamental para la gestión de riesgo climático.
  4. Valor Agregado y Sustentabilidad Profunda: Para que el campo vuelva a ser rentable, se debe impulsar el valor agregado mediante incentivos fiscales para el desarrollo de centros regionales de sacrificio y empaque (plantas TIF) y la promoción de marcas colectivas de origen (como la Carne de Sonora o de La Comarca Lagunera) que diferencien el producto nacional. Esta modernización debe ser sustentable, promoviendo modelos de silvopastoreo y pastoreo regenerativo que no solo alimenten al ganado, sino que conviertan las pasturas en sumideros de carbono, posicionando al sector como parte de la solución climática.
  5. Planeación y Visión de Largo Plazo: Urge la reinstalación del Consejo Nacional Ganadero como órgano rector y el diseño de un Plan Nacional de Desarrollo Ganadero 2025–2040. Este plan debe ser vinculante e integrar una estrategia de gestión de riesgo climático y una fuerte vinculación con universidades e institutos tecnológicos para impulsar la innovación en genética y sanidad. A nivel internacional, la diplomacia agroalimentaria debe ser agresiva en la diversificación de mercados y en el posicionamiento de la carne mexicana como sinónimo de calidad, trazabilidad y sostenibilidad global.

La ganadería mexicana fue durante décadas un orgullo nacional. Hoy, miles de pequeños productores sobreviven en condiciones de incertidumbre, mientras las grandes plantas de engorda luchan por mantenerse a flote. El riesgo es existencial: si no se rescata la producción ganadera interna mediante reglas claras, apoyo técnico y una visión de largo plazo, México perderá no solo una actividad económica, sino una parte esencial de su identidad rural y de su seguridad alimentaria. El sector no pide subsidios eternos, sino un ecosistema de inversión y competencia justa. Sin ello, el país seguirá comprando en dólares lo que antes producía con su propio esfuerzo, y los ranchos mexicanos, símbolo de trabajo, cultura y arraigo, se convertirán en prolongados y silenciosos desiertos productivos.

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