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11 de septiembre de 2025 12:23 pm
El Noroeste Mexicano: De la Periferia al Centro de la Innovación Global

El Noroeste Mexicano: De la Periferia al Centro de la Innovación Global

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Por Victor Hugo Celaya Celaya…

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En un mundo donde la inteligencia artificial, la transición energética y la investigación científica definen el progreso, una pregunta se vuelve ineludible: ¿puede la región noroeste de México transformarse en un nuevo polo de innovación? La respuesta no solo es un sí rotundo, sino que es una necesidad estratégica para el futuro del país. Sin embargo, para lograrlo, debemos romper con una inercia que amenaza con dejarnos atrás: la peligrosa concentración de la inversión en unas pocas ciudades, que deja al resto del país, especialmente a regiones con un potencial geopolítico y geoeconómico tan claro como el noroeste, al margen del desarrollo. La narrativa global del éxito ya no se escribe únicamente desde los grandes centros de poder. Las potencias que hoy lideran la carrera tecnológica no lo hicieron centralizando sus esfuerzos, sino multiplicando sus polos de conocimiento en provincias y ciudades estratégicas. Conectaron la investigación con las economías locales y los centros educativos, tejiendo una red de desarrollo regional que, en conjunto, fortaleció su proyecto nacional. Este es el modelo que debemos analizar y adaptar.

El principal obstáculo para desatar el potencial de regiones como el noroeste es un modelo de inversión que favorece crónicamente al centro del país. Los datos oficiales lo confirman: la inversión en ciencia y tecnología es alarmantemente baja y, además, está mal distribuida. Para ponerlo en perspectiva, México ha incumplido sistemáticamente la meta, establecida por ley, de invertir el 1% de su Producto Interno Bruto (PIB) en Investigación y Desarrollo (I+D). En años recientes, esta cifra apenas ha rondado el 0.3%, una de las más bajas entre los países de la OCDE. El Proyecto de Presupuesto para 2026, aunque presenta cifras variables, sigue esta tendencia preocupante, poniendo en riesgo la capacidad del país para competir y desarrollarse. Esta escasez de recursos se agrava por su concentración. Según datos del INEGI y reportes de inversión extranjera, la mayor parte de la infraestructura y el financiamiento para la ciencia y la tecnología se agrupan en la Ciudad de México, Nuevo León y Jalisco. Mientras tanto, estados con ventajas logísticas, recursos naturales y talento emergente, como los del noroeste, quedan rezagados, recibiendo una fracción mínima de los fondos que podrían transformar sus economías. No estamos hablando de un simple descuido, sino de un error estratégico que desaprovecha el talento de las nuevas generaciones de profesionistas y las ventajas geográficas que otras regiones no poseen.

En un mundo donde la inteligencia artificial, la transición energética y la investigación científica definen el progreso, una pregunta se vuelve ineludible: ¿puede la región noroeste de México transformarse en un nuevo polo de innovación? La respuesta no solo es un sí rotundo, sino que es una necesidad estratégica para el futuro del país. Sin embargo, para lograrlo, debemos romper con una inercia que amenaza con dejarnos atrás: la peligrosa concentración de la inversión en unas pocas ciudades, que deja al resto del país, especialmente a regiones con un potencial geopolítico y geoeconómico tan claro como el noroeste, al margen del desarrollo. La narrativa global del éxito ya no se escribe únicamente desde los grandes centros de poder. Las potencias que hoy lideran la carrera tecnológica no lo hicieron centralizando sus esfuerzos, sino multiplicando sus polos de conocimiento en provincias y ciudades estratégicas. Conectaron la investigación con las economías locales y los centros educativos, tejiendo una red de desarrollo regional que, en conjunto, fortaleció su proyecto nacional. Este es el modelo que debemos analizar y adaptar.

El principal obstáculo para desatar el potencial de regiones como el noroeste es un modelo de inversión que favorece crónicamente al centro del país. Los datos oficiales lo confirman: la inversión en ciencia y tecnología es alarmantemente baja y, además, está mal distribuida. Para ponerlo en perspectiva, México ha incumplido sistemáticamente la meta, establecida por ley, de invertir el 1% de su Producto Interno Bruto (PIB) en Investigación y Desarrollo (I+D). En años recientes, esta cifra apenas ha rondado el 0.3%, una de las más bajas entre los países de la OCDE. El Proyecto de Presupuesto para 2026, aunque presenta cifras variables, sigue esta tendencia preocupante, poniendo en riesgo la capacidad del país para competir y desarrollarse. Esta escasez de recursos se agrava por su concentración. Según datos del INEGI y reportes de inversión extranjera, la mayor parte de la infraestructura y el financiamiento para la ciencia y la tecnología se agrupan en la Ciudad de México, Nuevo León y Jalisco. Mientras tanto, estados con ventajas logísticas, recursos naturales y talento emergente, como los del noroeste, quedan rezagados, recibiendo una fracción mínima de los fondos que podrían transformar sus economías. No estamos hablando de un simple descuido, sino de un error estratégico que desaprovecha el talento de las nuevas generaciones de profesionistas y las ventajas geográficas que otras regiones no poseen.

En un mundo donde la inteligencia artificial, la transición energética y la investigación científica definen el progreso, una pregunta se vuelve ineludible: ¿puede la región noroeste de México transformarse en un nuevo polo de innovación? La respuesta no solo es un sí rotundo, sino que es una necesidad estratégica para el futuro del país. Sin embargo, para lograrlo, debemos romper con una inercia que amenaza con dejarnos atrás: la peligrosa concentración de la inversión en unas pocas ciudades, que deja al resto del país, especialmente a regiones con un potencial geopolítico y geoeconómico tan claro como el noroeste, al margen del desarrollo. La narrativa global del éxito ya no se escribe únicamente desde los grandes centros de poder. Las potencias que hoy lideran la carrera tecnológica no lo hicieron centralizando sus esfuerzos, sino multiplicando sus polos de conocimiento en provincias y ciudades estratégicas. Conectaron la investigación con las economías locales y los centros educativos, tejiendo una red de desarrollo regional que, en conjunto, fortaleció su proyecto nacional. Este es el modelo que debemos analizar y adaptar.

El principal obstáculo para desatar el potencial de regiones como el noroeste es un modelo de inversión que favorece crónicamente al centro del país. Los datos oficiales lo confirman: la inversión en ciencia y tecnología es alarmantemente baja y, además, está mal distribuida. Para ponerlo en perspectiva, México ha incumplido sistemáticamente la meta, establecida por ley, de invertir el 1% de su Producto Interno Bruto (PIB) en Investigación y Desarrollo (I+D). En años recientes, esta cifra apenas ha rondado el 0.3%, una de las más bajas entre los países de la OCDE. El Proyecto de Presupuesto para 2026, aunque presenta cifras variables, sigue esta tendencia preocupante, poniendo en riesgo la capacidad del país para competir y desarrollarse. Esta escasez de recursos se agrava por su concentración. Según datos del INEGI y reportes de inversión extranjera, la mayor parte de la infraestructura y el financiamiento para la ciencia y la tecnología se agrupan en la Ciudad de México, Nuevo León y Jalisco. Mientras tanto, estados con ventajas logísticas, recursos naturales y talento emergente, como los del noroeste, quedan rezagados, recibiendo una fracción mínima de los fondos que podrían transformar sus economías. No estamos hablando de un simple descuido, sino de un error estratégico que desaprovecha el talento de las nuevas generaciones de profesionistas y las ventajas geográficas que otras regiones no poseen.

Frente a este panorama, la historia reciente está llena de ejemplos de regiones que pasaron de ser consideradas «periferia» a convertirse en epicentros de innovación. No necesitaron ser la capital de sus países, solo necesitaron una visión estratégica, inversión sostenida y la colaboración entre gobierno, academia e industria. Pensemos en Corea del Sur, un país que invierte más del 4.8% de su PIB en I+D. Su éxito no se construyó solo en Seúl. Ciudades como Daejeon se transformaron en «ciudades de la ciencia», albergando centros de investigación de clase mundial que impulsaron su milagro económico. En Europa, la historia de Cambridge en el Reino Unido o la de Grenoble en Francia demuestra cómo las ciudades universitarias pueden florecer hasta convertirse en polos tecnológicos que compiten a nivel global. Más cerca de nuestra realidad, en América Latina, Chile está fomentando polos de innovación temáticos en sus regiones: Antofagasta se enfoca en minería sostenible y Valparaíso en industrias creativas y tecnológicas. Estos ejemplos demuestran un principio fundamental: el talento está en todas partes, pero las oportunidades deben construirse de manera intencional.

Inspirados en estos casos, debemos entender que invertir en ciencia y tecnología en el noroeste no se trata solo de construir laboratorios o financiar proyectos aislados. Se trata de activar un efecto multiplicador que puede revitalizar toda la economía regional. Cuando se establece un centro de investigación, no solo se generan empleos para científicos. Se crea una demanda de servicios técnicos, legales y financieros especializados. Surgen startups y spinoffs que comercializan las innovaciones. Se fortalece la cadena de proveeduría local y se eleva la calidad de la educación para satisfacer las nuevas demandas del mercado laboral. En resumen, se construye un ecosistema completo que genera empleos de alto valor, atrae y retiene talento, y crea una espiral de prosperidad que beneficia a toda la comunidad. Por ello, en el análisis del presupuesto federal, es crucial que la discusión vaya más allá del monto total asignado a ciencia y tecnología. La verdadera transformación vendrá de una descentralización audaz y efectiva de los recursos. Necesitamos un proyecto de desarrollo científico y tecnológico diseñado específicamente para el noroeste, que aproveche su cercanía con mercados clave, sus recursos naturales y su capital humano para construir un futuro donde la innovación sea el motor del crecimiento.

México se encuentra en una encrucijada. Podemos seguir apostando por un modelo centralista que ya ha demostrado sus límites, o podemos tomar la decisión estratégica de empoderar a nuestras regiones y desarrollarlas para que compitan en el escenario global. El noroeste no es la periferia; es una frontera de oportunidades lista para convertirse en un centro de la economía del conocimiento. La pregunta ya no es si puede suceder, sino si tendremos la visión y el coraje para hacerlo realidad.

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