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8 de septiembre de 2025 12:52 pm
La otra agenda de EE.UU. más allá de migración y drogas

La otra agenda de EE.UU. más allá de migración y drogas

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Ilusionistas fantásticos, domadores fieros,
así es el circo de la fantasía…

es más fácil el engaño que el desengaño,
es más fácil seguir la manada que hacer vereda.

Poema Engaño y desengaño, de Abel Pérez Rojas

Escritor y educador mexicano

En apenas ocho meses del actual mandato de Donald Trump, el gobierno de Claudia Sheinbaum ha sostenido más reuniones con funcionarios estadounidenses que en los últimos veinticinco años. Un récord que debería llamar la atención no solo por la frecuencia, sino por lo que implica: ¿qué hay detrás de este súbito interés de Washington en nuestro país?

A primera vista, la explicación parece obvia: narcotráfico y migración. Ambos temas son banderas tradicionales en la relación bilateral y, al mismo tiempo, símbolos de poder para el Partido Republicano. Mostrar fuerza cerrando fronteras o anunciando operativos contra los cárteles es parte de su narrativa política.

Para la Cultura Impar, limitar el análisis a estas causas resulta ingenuo.

El combate a las drogas es un negocio de dos vías: mientras Estados Unidos se victimiza por los daños y la violencia que de verdad generan los cárteles en sus calles, se beneficia de esa economía subterránea que mueve millones de dólares. Y en ese túnel oscuro, también están México y muchos de sus funcionarios involucrados, de ayer y de hoy.

Por otro lado, la migración funciona más como un espectáculo político que como un problema real: el discurso de “proteger la frontera” es, en esencia, una estrategia electoral.

Pero detrás de esto hay algo más profundo. México es un socio estratégico indispensable: es proveedor, consumidor, productor energético y mano de obra barata. Es el vecino que sostiene cadenas de valor y equilibra mercados. Mantenerlo bajo presión -constantemente ocupado en la agenda bilateral- garantiza a Washington una posición de control.

A todo esto se suma la inexperiencia del actual gobierno mexicano en el manejo de las relaciones internacionales. Más allá de la legitimidad que pueda tener por su triunfo electoral, la realidad es que navegar los intereses de una potencia como Estados Unidos requiere algo más que voluntad política o discursos de soberanía. Se necesita conocimiento técnico, visión estratégica y oficio diplomático. La falta de cuadros experimentados y de una política exterior clara coloca a México en una posición vulnerable: responde más de lo que propone, atiende urgencias en lugar de diseñar rutas, y termina aceptando agendas que no necesariamente le son favorables. Washington lo sabe y lo aprovecha.

En ese sentido, cada reunión no es solo diálogo: es recordatorio del lugar que Estados Unidos espera que México ocupe. La verdadera pregunta no es qué busca Washington, sino hasta dónde está dispuesto el gobierno mexicano a negociar su margen de autonomía frente a un vecino que siempre ha jugado con la doble cara del aliado y del vigilante

Si algo enseñan estos ocho meses es que el “interés” de Estados Unidos rara vez es inocente. Y que el reto de México no está en contar el número de reuniones, sino en definir con claridad qué gana -o qué cede- en cada una de ellas. Los enviados mexicanos (sin importar su nivel) saben que eso no saldrá a la luz pública, y por eso prefieren navegar con bandera de eficientes y triunfadores, anque solo sean ratones de laboratorio.

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