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30 de junio de 2025 10:34 am
El espejo empañado

El espejo empañado

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Pero un fiel compañero, siempre leal compañía, resultó ¡quién lo diría!
un vil traicionero. Un espejito algo pequeño, conocedor de mis verdades,
reflector de mis realidades…
Poema Frente al espejo, de Álvaro J Márquez.


En la ladera este del mundo, los mapas se distorsionan según quien los mire. Ahí está Retórica. Una nación poderosa, de voz grave y dedo largo, acostumbrada a señalar a los demás con una mezcla de severidad y aparente sabiduría. A cada tanto, elige un blanco: un país al sur, al oeste, a veces incluso a su propio lado. Esta vez, el turno tocó al Reino de Espejandia.
“Los funcionarios de Espejandia están inmersos en una red de corrupción -dijo una portavoz de Retórica-. Lavado de dinero, sobornos, vínculos con grupos ilícitos. No podemos quedarnos cruzados de brazos. Aplicaremos sanciones”, fue la sentencia.
En segundos, las palabras cruzaron los mares envueltas en titulares y conferencias. Benditas sean la tecnología y las redes sociales que todo lo hacen inmediato.
El pueblo de Espejandia miró a su gobierno con una mezcla de incertidumbre y costumbre. Ya conocen esa coreografía: acusaciones extranjeras, respuestas defensivas, indignación selectiva. El Rey de Espejandia, un hombre de frases largas y silencios aún más largos, apareció frente a las cámaras:
Negamos categóricamente cualquier acusación. Nuestra administración es transparente. Los ataques de Retórica son infundados y reflejan una agenda política en contra de nuestra gran forma de vida.
Pero nadie presentó pruebas. Nadie abrió expedientes. Nadie removió a los sospechosos de sus cargos. Todo quedó en la superficie. Palabra contra palabra, comunicado contra comunicado. Como bien se dice, se hizo solo un tema mediático donde la apuesta es que se pierda todo en la sobreinformación.
Mientras tanto, en los pasillos de ambos gobiernos, los pasadores de sobres (de esos amarillos, pequeños, que a todos alegran) siguen activos; los contratos inflados, y las auditorías (por supuesto) pospuestas.
El problema más serio -califican los analistas- es que ni Retórica ni Espejandia están dispuestos a mirar hacia adentro. El primero porque no le conviene. El segundo porque no le interesa.
En ambos países la indignación se usa como herramienta diplomática. Es rentable acusar a otros: desvía la atención, justifica bloqueos, sirve para limpiar la propia imagen sin tocar la suciedad interna. Porque si alguien se atreve a investigar adentro, se topa con lodo, contratos opacos, donantes con acceso privilegiado y fortunas inexplicables. Y aparece así la mundialmente famosa Ley mordaza.
En Espejandia, por ejemplo, la defensa se basa en la victimización. Todo ataque externo se interpreta como colonialismo moderno, aunque por dentro se conserven prácticas feudales. El discurso soberano esconde una verdad dolorosa: buena parte de su aparato público está privatizado en manos de los amigos del poder, y hacen que la justicia sea selectiva y lenta.
Pero apareció esa niña, la de las preguntas incómodas, estudiante en algún rincón y cuestionó en clase:
¿Y si ambos gobiernos tuvieran razón?
El maestro la miró, sorprendido.
¿Cómo dices?
Que Retórica tenga pruebas… y que Espejandia también esté siendo atacada por otras razones. Pero que ninguno quiere limpiar su casa.
El salón quedó en silencio. Alguien murmuró: “Eso nunca debe decirse en voz alta”.
El problema de fondo no es la acusación, sino la falta de consecuencia. La simulación de justicia desde estructuras corroídas. El abuso de la palabra “ética” por quienes no tienen intención alguna de ejercerla.
Y por arte de magia, se encontró un tema lo suficientemente amarillista para desviar la atención. Así, ambos países siguieron el juego. Uno, vendiendo la narrativa de guardián moral. El otro, repitiendo ser víctima inocente.
Entre ellos, los pueblos observan cómo los discursos se desgastan, cómo la política internacional se vuelve teatro, y cómo nadie limpia el espejo empañado por dentro.
Porque al final, para la verdad, hace falta más que acusar: hay que tener el valor de mirar hacia dentro, aunque duela.

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