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12 de mayo de 2025 11:59 am
Poder, sus símbolos y la austeridad como disfraz ocasional

Poder, sus símbolos y la austeridad como disfraz ocasional

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  • El arte de ostentar

¿Como sana su conciencia? ¿La tendrá?

¿Por qué? solo importa la manera Del estilo que acrecienta su peculio

¿A qué costo? Su cuenta se incrementa

Poema La Opulencia de Pity21, en Poemas del Alma

Un convoy de camionetas cierra una calle por donde podría pasar cualquier ciudadano. En la oficina pública, antes de llegar, se atraviesan pasillos diseñados para confundir e intimidar. En una reunión oficial, tres personas toman la palabra antes de que el funcionario principal se digne. La escena se repite en muchos países, especialmente en los nuestros donde el poder público aún se piensa como una extensión de privilegios personales. Y mientras tanto, los discursos sobre austeridad esperan un mejor momento.

¿Por qué a tantos servidores públicos -de nivel medio hacia arriba- les gusta ostentar poder y dejar la austeridad en un segundo plano?

Tal vez porque no en el fondo, la burocracia se alimenta de símbolos más que de leyes. Y entre esos símbolos, la imagen del funcionario poderoso tiene raíces profundas. No se trata solo de un asunto de gusto personal o de corrupción moral: se trata de una cultura del poder que se reproduce, que se hereda y que se justifica a sí misma.

Durante siglos, el ejercicio del poder ha estado asociado a la distancia, a los rituales, a los signos visibles de jerarquía. Desde los tiempos del virreinato -y más atrás- las estructuras gubernamentales han aprendido a mostrarse como algo sagrado, inaccesible y lleno de protocolo.

 Aun cuando las democracias modernas han intentado romper, desidealizar esa lógica que en el sector público sigue rindiendo culto a la forma sobre el fondo. La silla de piel, el automóvil blindado, el título rimbombante, la puerta que no se abre sin cita previa: todo eso no comunica estatus, sino poder.

Y el poder, como bien saben quienes lo ejercen, también se escenifica. No basta con tenerlo: hay que mostrarlo. Hacerlo notar. No importa si la oficina pública tiene un bajo rendimiento o si la gestión es mediocre. Mientras el titular del área conserve los signos exteriores del mando, todo parecerá en orden.

Son actores consagrados.

La ostentación, se vuelve una manera de llenar el vacío que deja la falta de eficacia. Un funcionario puede no saber resolver un conflicto, pero si llega con chofer y guardaespaldas, al menos parecerá importante.

Por eso ahora la austeridad se convirtió en un gesto incómodo. Otros la predican en tiempos de crisis; se usa como justificación para recortes sociales o para exigirle más sacrificios a los de abajo. Pero rara vez toca los beneficios reales del funcionariado de alto nivel. Y si lo hace, se compensa con otros privilegios más discretos: asesores, viáticos, cargos honoríficos, comisiones de viaje.

La austeridad se convierte en un disfraz, una palabra bonita para adornar boletines, pero difícil de sostener en la práctica.

Todo esto tiene consecuencias más profundas de lo que parece. Porque cuando el poder se aleja tanto de la ciudadanía, cuando se convierte en un espectáculo de sí mismo, la desconfianza crece. El ciudadano común ya no ve en el servidor público a alguien que resuelve, sino a alguien que se sirve. Y con razón. En muchas instituciones, parecer eficaz importa más que serlo, y guardar las formas importa más que corregir los fondos.

En el caso de quienes viven las revanchas políticas, en lugar de proponer realidades bajo los cambios de ideología, los nuevos -generalmente ya viejos- políticos se esfuerzan por superar hasta en el tema de la ostentación para mostrar más poder que nunca, y opulencia, sin duda alguna.

Tal vez, y solo tal vez, quieren infundir miedo ante cualquier muestra de rechazo.

Quizá ha llegado el momento de replantear los signos del poder público. De recuperar la lógica del servicio sobre la del privilegio. De que los servidores públicos -de medio nivel hacia arriba- entiendan que la autoridad se gana con resultados, no con escoltas.

¿Y si el verdadero poder fuera, alguna vez, el que menos se note?

¿Me estás oyendo inútil? No importa dónde estés.

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