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22 de noviembre de 2024 11:01 pm
¡Es elección de Estado! Y ellas disputan el poder

¡Es elección de Estado! Y ellas disputan el poder

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    Con un abrazo de acompañamiento, querida María Amparo Casar.

La rudeza con la que se enfrentaron las candidatas presidenciales en su segundo debate generó un sentimiento de desasosiego en la gran Sara Lovera, maestra del periodismo feminista y formada en la izquierda. Al menos eso es lo que transpira su enorme columna de esta semana, Palabra de Antígona, publicada el lunes 29 en el portal SEM México y en los periódicos de El Sol de México. Aquí parte de su reflexión:

“Vivimos la ‘masculinización’ de la política, por lo populista y autoritario de la cúpula. En el segundo debate sólo escuché a las dos candidatas a la Presidencia usar en la confrontación el lenguaje impuesto y patriarcal. Preocupan las palabras: ‘mentirosa’, ‘corrupta’, ‘ladrona’, ‘candidata de…’, echando a la basura la cultura feminista, de más de 40 años de construcción. Duele”.

Entiendo la desazón de nuestra querida Sara Lovera, fundadora y directora de La Doble Jornada, el suplemento pionero que en nuestros años universitarios nos enseñó a mirar críticamente la normalizada desigualdad entre hombres y mujeres. Y nos contó de la resistencia de las luchadoras desde diversos espacios.

Sin embargo, aun cuando en nuestra causa feminista nunca hay pausa, debemos hacernos cargo del momento que vivimos: una elección con la cancha dispareja porque el partido en el poder opera abierta y deliberadamente desde las estructuras federales y estatales del Ejecutivo federal para impulsar a su abanderada presidencial.

Se trata de una elección de Estado en la que los funcionarios violan la Constitución al desacatar la prohibición del uso de los recursos públicos para promocionar a candidatos y de la propaganda gubernamental para los mismos fines. Es en ese contexto donde Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez están disputando la Presidencia de la República; cada una defiende la parte de la cancha desde donde disputan la representación de millones de ciudadanos de una sociedad polarizada.

Frente a esa realidad resulta iluso, ingenuo y hasta tramposo pretender que las candidatas la omitan a la hora de confrontar sus apuestas en los debates públicos.

¿De verdad esperamos y queremos ver a dos señoras mostrando sus buenos modales, repitiendo las propuestas contenidas en los spots con los que nos bombardean los partidos políticos?

Imposible evitar la confrontación en torno a realidades concretas. ¿Ejemplos?

Empleados de la Secretaría de Bienestar realizan campaña, casa por casa, advirtiendo a los beneficiarios de los programas sociales que los van a perder si no gana  la candidata oficialista.

¿Puede esa amenaza inducida desde el gobierno ser ignorada por la candidata opositora? ¿Hablan en serio quienes sugieren que se limite a dar sus propuestas?

La confrontación, sin embargo, no se limita a la defensa o a la crítica de lo sucedido en el actual gobierno, un dilema propio de cualquier contienda democrática. La confrontación electoral de este 2024, y de eso también debemos hacernos cargo, se expresa en el lenguaje político, en las palabras de una conversación pública que el presidente López Obrador decidió conducir a través de su exitosa capacidad de comunicar. Por supuesto que cada mandatario federal tiene el libre derecho a ejercer su estilo personal de gobernar y de pronunciarse ante sus gobernados.

El punto de quiebre es que el actual jefe del Estado mexicano determinó confrontar abierta y frontalmente a sus opositores y a sus críticos, estigmatizar la pluralidad, negarse al diálogo político con otras fuerzas partidistas, combatirlos y descalificar no sólo sus ideas, sino también a las personas con nombre y apellido, incluyendo a la candidata presidencial opositora.

Y como heredera del proyecto gubernamental, Sheinbaum asumió el mismo camino de las etiquetas, las acusaciones de corrupción sin pruebas y la criminalización del origen empresarial de su adversaria.

Al afrontar dicha estigmatización oficialista, Gálvez optó por tomar la ruta de las etiquetas, los señalamientos de presunta corrupción, de evidentes errores gubernamentales e incluso desempolvar expedientes del pasado de su contendiente.

¿Había escapatoria? Rotundamente no. Así como Xóchitl no pudo darle la espalda a las ofensas que surgieron de Palacio Nacional, tampoco Claudia soportó seguir el guion de “no engancharse” con los epítetos que su oponente le devolvió.

Entiendo el sentimiento de frustración que este enfrentamiento genera en quienes esperamos que la llegada de una mujer a la Presidencia abra la puerta a una nueva manera de ejercer el poder. “Para la doctora Adriana Ortiz Ortega, profesora investigadora del ITAM, está en juego el sentido de la paridad y también es un momento histórico por la falta del añorado encuentro y ejercicio del affidamento, ese concepto del feminismo italiano, definido como una práctica de lealtad, confianza y cuidado mutuo entre mujeres”, escribió Lovera en la citada columna.

Adriana y Sara tienen razón. Pero quienes sabemos de dónde venimos, no podemos olvidar que fue la polarización azuzada desde el Ejecutivo federal la que frenó el espacio para el encuentro que las mujeres de diversas fuerzas políticas y signos ideológicos habían construido para abrazar causas comunes.

De manera que esta disputa por la Presidencia de la República no puede ser, por ahora, escenario para suturar esa herida.

La pregunta, sin embargo, es si de ganar el próximo 2 de junio, Claudia o Xóchitl están en condiciones de ensayar códigos de comunicación que sustituyan los modos patriarcales de pelear.

Sus biografías y la manera en que están haciendo campaña puede ayudarnos a responder esa interrogante.

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